sábado, 31 de diciembre de 2011

Lazos rojos

Una vez mi amiga Haruka me contó una leyenda asiática que explicaba cómo todos los seres humanos nacemos con los puños cerrados porque sujetamos unos lazos rojos invisibles. Cuando por fín abrimos los puños, el viento se lleva nuestros lazos y pasamos el resto de nuestra vida buscándolos. Estos lazos llegan a manos  de personas destinadas a ser nuestras almas gemelas, nuestros verdaderos amigos. Esos lazos rojos, una vez reencontrados, son irrompibles. No creo mucho en el destino, pero me siento identificada con la leyenda.

La razón por la que hoy la utilizo como título y como primera entrada en mi blog es porque creo que el dónde y el qué no son tan importantes como el quién. Estoy contenta de haber vivido experiencias únicas con amigos únicos y de saber que aunque estén por ahí esparcidos, el lazo sigue tan fuerte como siempre.

Tras esta "ñoñería" inicial, os explico que mi propósito de año nuevo es crear un blog. Creo que por un lado tengo la necesidad de dejar constancia de lo que ocurre y por otro lado de tener una responsabilidad que atender (como quien se compra una planta o un animalito) y que pueda llevar conmigo donde quiera que vaya sin sobrepasar el generoso límite de peso de Ryanair. Aunque no lo parezca, es todo un reto para mí (las plantas de mi ventana murieron TODAS). 
Aquí hago mención especial a mi hermana Julie que además de ser responsable original de esas plantas, siempre me ha animado a escribir más.

Para terminar, anuncio que me encuentro en cama con fiebre y otras cosas desagradables que mejor no especifico y que mañana a las 13.30, esté como esté, me monto en un autobús de 4 horas y media destino a Mordor (Malaga). Allí cogeré el bus al aeropuerto (jugándomela totalmente y dejando muy poco margen de error horario) y después el avión a London Stansted, donde pasaré la noche con mis amigos Laeti (francesa) y Snaider (colombiano). Será un reencuentro digno de las mejores telenovelas sudamericanas.

Al día siguiente, llegaré a Graz (Austria) mi nuevo destino durante seis meses. Emigro no por necesidad ni por desencanto. Emigro porque quiero. ¡Qué suerte! 

A pesar de que esta noche no podré cenar en condiciones, deseo que vosotros sí y que el 2012 os traiga más felicidad (si cabe).