jueves, 19 de abril de 2012

Donde dije digo, digo Diego

En entradas anteriores de theredstringofate: de mi accidente de bici y de las coincidencias que nos demuestran que vivimos en un mundo muy pequeño. De cómo también hice el ridículo en mi curso de escalada, ya por aquello de hacer el ridículo un par de veces por semana.

Me da rabia incumplir mis “auto-promesas”. Si este blog fuera una plantita, ya se habría muerto, porque solo los cactus sobreviven tanto tiempo sin agua. Mis plantas siempre acaban siendo combustible fósil.  Como esta, muchas otras inconstancias que en su día fueron propósitos: llevar las materias al día, beber menos, comer y vestir mejor (aunque me cueste tanto deshacerme de mis jerséis de lana con bolitas y mis camisetas de los scouts), ahorrar. Llevar clínex en el bolso.

Yendo un poco más lejos, resulta que para poder inspirarle confianza a otros, ser comprometidos y consecuentes, en definitiva buenos ciudadanos, tendríamos que ser primero consecuentes con nosotros mismos y cumplir nuestras propias promesas: evitar fallar a los que decidimos serán nuestros “principios”. Evitar ser lo que criticamos en otros. Por ejemplo, no quieras llevar una vida sana, comer verduritas y hacer una barbaridad de deporte y luego beberte hasta el agua de los floreros cuando llega el fin de semana. No prometas si no vas a cumplir.

Esta es una de las cualidades que más valoro y uno de los defectos que más desprecio. Cuanto más consecuente es una persona, más podemos confiar en ella. El que se compromete a algo desea luchar por un cambio, el que desea cambiar es capaz de descubrir sus defectos, y el que descubre sus defectos tiene la capacidad de la auto crítica y disfruta de una buena inteligencia emocional.

Un gran paso es ya darse cuenta de lo que hay que cambiar (y acertar sin engañarse).
¿Quién no se ha comprometido consigo mismo y ha tirado la toalla a escondidas? Quién no se ha intentado convencer de que él mismo no se iba a dar cuenta, de que su yo interno y su conciencia en ese momento estarían paseándose distraídas y no repararían en el desliz. Pero… Oh! craso error: siempre somos conscientes de cuando nos fallamos a nosotros mismos. Me temo que no hay tortura más tortuosa que la que uno mismo se procura en estos casos. Sin embargo, el que no es capaz de observarse desde fuera, no tiene cargo de conciencia ninguno y cambia del digo al Diego sin problemas.

Hablo de todas esas personas que abusan del móvil para cambiar o cancelar una cita 500 veces, las que vuelven a poner encima de la mesa un debate cuando ya se ha cerrado, las que dedican toda una vida a criticar las acciones de la oposición cuando su partido hace lo mismo. Es, al fin y al cabo, ser chaquetero y egoísta.  Es, al mismo tiempo, engañarse a  sí mismo.

Yo quiero ser motor de cambio: a partir de ahora se acabó el llevar papel higiénico enrollado en los bolsillos. Hombre ya.