Me da rabia incumplir mis “auto-promesas”. Si este blog fuera una plantita,
ya se habría muerto, porque solo los cactus sobreviven tanto tiempo sin agua. Mis
plantas siempre acaban siendo combustible fósil. Como esta, muchas otras inconstancias que en
su día fueron propósitos: llevar las materias al día, beber menos, comer y vestir
mejor (aunque me cueste tanto deshacerme de mis jerséis de lana con bolitas y
mis camisetas de los scouts), ahorrar. Llevar clínex en el bolso.
Yendo un poco más lejos, resulta que para poder inspirarle confianza a otros,
ser comprometidos y consecuentes, en definitiva buenos ciudadanos, tendríamos
que ser primero consecuentes con nosotros mismos y cumplir nuestras propias promesas:
evitar fallar a los que decidimos serán nuestros “principios”. Evitar ser lo
que criticamos en otros. Por ejemplo, no quieras llevar una vida sana, comer
verduritas y hacer una barbaridad de deporte y luego beberte hasta el agua de los
floreros cuando llega el fin de semana. No prometas si no vas a cumplir.
Esta es una de las cualidades que más valoro y uno de
los defectos que más desprecio. Cuanto más consecuente es una persona, más podemos
confiar en ella. El que se compromete a algo desea luchar por un cambio, el que
desea cambiar es capaz de descubrir sus defectos, y el que descubre sus
defectos tiene la capacidad de la auto crítica y disfruta de una buena
inteligencia emocional.
Un gran paso es ya darse cuenta de lo que hay que cambiar (y acertar sin engañarse).
¿Quién no se ha comprometido consigo mismo y ha tirado la toalla a escondidas?
Quién no se ha intentado convencer de que él mismo no se iba a dar cuenta, de
que su yo interno y su conciencia en ese momento estarían paseándose distraídas
y no repararían en el desliz. Pero… Oh! craso error: siempre somos conscientes
de cuando nos fallamos a nosotros
mismos. Me temo que no hay tortura más tortuosa que la que uno mismo se procura
en estos casos. Sin embargo, el que no es capaz de observarse desde fuera, no
tiene cargo de conciencia ninguno y cambia del digo al Diego sin problemas.
Hablo de todas esas personas que abusan del móvil para cambiar o cancelar
una cita 500 veces, las que vuelven a poner encima de la mesa un debate cuando
ya se ha cerrado, las que dedican toda una vida a criticar las acciones de la
oposición cuando su partido hace lo mismo. Es, al fin y al cabo, ser chaquetero
y egoísta. Es, al mismo tiempo,
engañarse a sí mismo.
Yo quiero ser motor de cambio: a partir de ahora se acabó el llevar papel
higiénico enrollado en los bolsillos. Hombre ya.
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