En entradas anteriores de theredstringofate: La importancia de no olvidar
de donde se viene y cómo aunque viajemos o vivamos en otro lugar, tenemos
cierta responsabilidad para con nuestro país.
Ser conscientes de que si todos los jóvenes del país escapamos para no
volver, no habrá nadie para tirar del carro.
No puedo evitarlo. Canto continuamente, me encanta el sarcasmo y la
exageración, muevo las manos sin parar (lo que hace que a veces derribe los
objetos que me rodean) y cuando puedo, bailo. Bailo en la calle, bailo en la
oficina, por los pasillos. Levanto la voz y río de manera estridente, y no
tengo problemas a la hora de masticar y hablar al mismo tiempo. A base de
pequeños choques he empezado a darme cuenta de que no todo el mundo comparte
esta manera de vivir, y que no todo el mundo tiene por qué entender mis
acciones de la misma manera que las entiendo yo. Vamos, que hay gente que
piensa que mi sitio no es Graz sino alguna institución mental lejos de la
civilización o que quizás debería volver a unpoliteland,
donde seguramente me crié.
Es interesante como en un contexto intercultural, cada persona interpreta
una idea o una acción de manera diferente.
El alemán es un idioma complicado, y aunque aún no lo conozco bien, se que
en ocasiones la estructura causa problemas. Hace poco recordé lo que sufrían los estudiantes de interpretación de alemán pues no tenían otra que esperar a que el
interlocutor acabase la frase para poder entender lo que quería decir. En una
de mis ralladuras idiomáticas, me he dado cuenta de que esto se refleja, de
alguna manera, en su manera de expresarse en otros idiomas.
Si algunos españoles tuviéramos que vernos forzados a hacer lo mismo de
repente, yo creo que moriríamos de un ataque de ansiedad. ¿Puede haber algo que
me guste más que interrumpir? ¿o el placer de no tener que acabar una frase
para que se entienda perfectamente lo que quieres decir?
Os podéis imaginar entonces cual es uno de mis primeros choques culturales.
Este pequeño detalle cambia toda la situación comunicativa entre una persona cuya
lengua materna es el alemán y un hispanohablante, por ejemplo. Hay toda una
concepción del mundo detrás del idioma, y creo que no solo afecta a nuestra
visión del mundo, sino a nuestro lenguaje corporal, al sentido del humor y en
última estancia a la manera en la que nos relacionamos. Situaciones que lo ejemplifican:
- El austriaco que crees que liga contigo te propone “una clase de idiomas”… y se planta en la cita con libros, cuadernos de ejercicios y libreta.
- El finlandés que, tras una broma extremadamente trabajada en tu segundo idioma, te mira inexpresivo y dice “¡Si me estoy riendo!”
- La alemana que te explica, preocupada “A veces, tener las piernas tan largas es un fastidio”
- El francés que le dice al casero, mientras este le enseña la casa “Este sitio está en terribles condiciones; no me gustaría vivir aquí”
No voy a caer en estereotipos ni niego que el carácter de cada persona también pueda conducir a estas
situaciones (vamos, espero que la gente no piense que lo de cantar como los locos es muy de españoles),
pero ¿qué porcentaje de coincidencias existe entre dos personas de la misma
nacionalidad y su manera de actuar?
En cualquier caso, conocer las diferentes culturas con las que se trata
puede facilitar el proceso. Es muy útil saber, por ejemplo, que a un árabe no
le resulta para nada incómodo que le pregunten sobre su estado civil en un primer
intercambio comunicativo porque para él es costumbre, o que cuando un
estadounidense se cruza contigo y te saluda con un “Hello, how are you?” sin
dejar de caminar, lo último que espera es que le pares y le cuentes lo de la
fiesta de anoche o lo de tu dolor de espalda.
Por eso creo que para ser un buen comunicador o mediador no basta con
conocer una lengua, sino que también hay que tener cierta habilidad para llegar
a un punto medio entre las culturas.
Conclusión: La próxima vez que vea vergüenza ajena en los ojos de mi
interlocutor, le diré que vaya y se busque a un mediador intercultural J