sábado, 27 de septiembre de 2014

De cuando vi estrellitas, o vi little stars

Llevo un tiempo queriendo echar el ratico y escribir algo nuevo en este nuestro blog, que está un poco desamparado. Ahora que soy toda una señorona y tengo un trabajo de mañana, en una oficina casi con vistas al mar y una fuente desas de bidón de agua, tengo mucho tiempo para pensar en cosas insignificantes y darles mucha más importancia de la que tienen. Si tenemos en cuenta que mi cerebro está continuamente centrifugando, excepto cuando duerme, el resultado es un cuadro psicótico. En resumen, que estoy loca vaya, suelo decirle a mis amigos. Y las historias con el sexo opuesto no hacen sino empeorar mi condición.

Cuando estaba en Austria me metía con los austriacos por haber llegado a ese extremo de bienestar en el que ya lo único que queda por hacer es preocuparse por temas fundamentales para redireccionar el futuro del planeta, como la dieta vegana. Mientras que en Irlanda del Norte era rara la familia que reciclaba y la mayor parte del tiempo había que darse por satisfecho si los niños tiraban la basura a la papelera. Esto es así, uno prioriza como puede.

Algunas cosas en las que pienso últimamente:

He caído en la cuenta de que introducir palabras en otros idiomas en mi discurso, además de hacerme parecer una culturetilla, me ayuda a evitar incomodidades. Frasecitas que en español podrían ser incómodas o crear una situación tensa, como por ejemplo “quiero quedar contigo” pasa a ser “quiero quedar with you” y se le restan dos o tres grados de riesgo emocional, que es una escala que me acabo de inventar.

Pienso mucho en los enfermizos mensajes sectarios de mi gimnasio, frases como “poder sin límites” o “borra el no puedo de tu mente”, todas en inglés. Me gustaría saber quién ha tenido la idea feliz de que todo el mundo en el gimnasio sabe inglés. Además, se nota que estos mensajes están diseñados por y para españoles. El ejercicio es parte intrínseca de nuestra cultura. De ahí la siesta. Después de tanta actividad física, normal.

En los últimos días, también he llegado a la conclusión de que soy una maricona.

Y no lo digo porque se me vaya el pistón con temazos como “no controles”, “Eloise” y “¡Qué dolor!”. Tampoco porque me guste ir por la vida como si protagonizara un musical*, sino porque además no aguanto el dolor. Pero bueno, ¿Y eso? Hannah la machorra, Hannah la jabatona, la que se colocaba dos mochilas y enseña la hucha en el campamento. Pues me da yuyu sufrir dolor. Yo aún diría más, me da yuyu ver a los demás sufrir dolor o imaginarme que puedan estar sufriéndolo. Mi última experiencia yuyal ha tenido lugar en el fisio, mientras un personaje neandertal me golpeaba con un instrumento de tortura en el tobillo perjudicado.

Martin Brown - Esa bárbara edad media

Pero dejad que os diga algo en su defensa, yo ya estaba viendo las estrellitas de los dibus antes de someterme a esa cura medieval. Yo estaba viendo las estrellitas desde que me senté en la silla a esperar mi turno y empecé a observar detenidamente cada una de las máquinas diabólicas de la habitación. Yo ví mi primera constelación cuando escuché a la señora aquella gritar de dolor, porque aunque me tapaba la espalda del verdugo y no le veía la cara de sufrimiento, yo me lo imaginaba todito entero.

Y es en ese momento de oscura creatividad cuando mi cuerpo reacciona a la crisis mental que estoy sufriendo y dice: negro, negro… y cataplás. Me da un síncope vasovagal, que consiste en expulsar los sudores de la muerte y en un desmayo de toda la vida, pero con más glamour.¿Y yo que nunca había pensado que en tu cuerpo se pueden dar unas reacciones porque por tu mente pasan imágenes y pensamientos chungos? Es decir, que hay gente que cuando dice que se caga de miedo, es porque realmente se caga. Esto no es moco de pavo. This is not turkey's snot, man. 

Anyway, con esto y un bizcocho os dejo que os imaginéis cómo son mi verdugo y la sala de los horrores donde tengo que volver el martes.

*Igual la manía esta de bailar y cantar en la calle se me pasa si me meto  en una orquesta, o si alguien me acepta en su grupo para tocar la pandereta. Está claro que a esta ansiedad artística le tengo que dar salida como sea. 

Así, sin mucha floritura... si yo con poco me conformo, de verdad.




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